martes, 16 de noviembre de 2010

El instante...



La joven avanzó con la mirada perdida, subiendo las escaleras de aquel edificio el cual conocía todas y cada una de sus paredes. Sus ojos no divagaban más allá de aquellos escalones que iba pasando uno a uno. Se sentía como un vaso colmado, del cual derramaba sangre desmesuradamente. Los problemas, los conflictos, los amores, los engaños, la familia, los estudios, el dinero.... Todo terminó por hacer que la joven se ahogara en su propio cuerpo, sintiendo como la asfixia aumentaba poco a poco y le faltaba el aire para respirar y las escaleras le producían un mareo terrible.

Uno a uno ascendía aquellos renglones, sus pasos eran lentos y parsimoniosos, cansados. La mano acariciaba con delicadeza la barandilla y quitaba el polvo con la yema de sus dedos frágiles y níveos. De la cara de la joven no se podía deducir ningun sentimiento, tan sólo perdición, locura y harmonía. Sus labios pegados y ni una palabra, sellados por aquel último grito que quedó atrás en el tiempo.

Las últimas escaleras apenas costaron ya, el esfuerzo había terminado. Ahora dio tres pasos hacia el lado izquierdo y empujó una puerta con las manos. Cuando se abrió, una brisa de aire meció los cabellos castaños de la joven, y sus ojos almendrados parecieron perder el rumbo en el horizonte. Anduvo hasta el pequeño muro que separaba el suelo de la azotea con el vacio que culminaba en el asfalto de la calle. No le costó asomarse por él y esbozar una sádica sonrisa carente de emoción.

El brillo de sus ojos desapareció donde comenzó la tristeza y la joven se concedió un ahustero y último deseo. Tomó de su bolsillo un cigarrillo, lo prendió y se lo fumo sentada sobre aquel muro, sus pies colgaban mientras ella daba una y otra calada a aquel cigarro que le sabía a muerte. Exhaló el humo del pitillo y lo dejó caer abajo, observando entre sus pies la caída de su tabaco y olvidando las lágrimas ya derramadas avanzó un poco más hacia delante, empujandose levemente con los pies hasta que quedó sentada justo en la punta de aquel muro.

Pronto cerró los ojos y dejó que el viento golpeara su rostro una vez más, acariciando sus labios y echandole la cabellera atrás. Después, en un mísero instante...

La joven se avalanzó al vacio, devorando el espacio que separaba el tejado de aquel edificio hasta el asfaltado suelo de la calle. Su sonrisa desapareció pero ni el más mínimo alarido brotó de su gargante mientras caía...


Los intantes previos fueron una agonia, pero la muerte fue misteriosamente indolora...

No hay comentarios: