viernes, 22 de octubre de 2010

Cierra los ojos y desaparece...


Se allaba en un lugar oscuro, no podía ver nada a su alrededor en frente... Negro. A su derecha... Negro. Si ladeaba el rostro a otro costado... Negro. Cerró los ojos y...


La joven apareció, un teletransporte practico, como si hubiera ingresado en la máquina del tiempo con aquel parpadeó escuchó como la puerta se cerraba fuerte. Sus ojos se expandieron de forma súbita, como si la misma muerte hubiera acariciado su hombro. Entonces se levantó, pues se encontraba tumbada panza abajo sobre una cama, en frente de una enorme ventana cuyo paisaje parecía un mirador. 


Sus pies descalzos acariciaron el suelo, sus manos temblaban en el final de aquellos brazos que colgaban a sendos lados de su tronco. Su mirada titilaba, mirando a la puerta de su habitación. Unos pasos sonoros que no hacían más que cercionarla de su llegada. La respiración de la joven se entrecortaba, aquellos pasos la ponían nerviosa y se sentía congelada, como si la arena del reloj se allara en un punto muerto y hubiera decidido no correr. 


Los pasos seguían avanzando, se movían de un lado a otro. De pronto, un golpe. La joven parpadeó deprisa. Su mirada se perdía en aquell cerrojo de su habitación. Otro golpe, los hombros de la joven se encogieron y nuevamente un parpadeo nervioso e incesante se transmutó en su rostro. 


Las pisadas cesarons unos segundos, parecía que todo estaba en calma, pero de pronto unos gritos que apelaban su nombre se hicieron en el lugar. La joven se movió, como si los granos de arena nuevamente la liberasen, sin embargo el miedo impulsaba su cuerpo y no era capaz de actuar con facilidad. Los pasos se iniciaron de nuevo, recorrían el resto del piso, en aquella habitación, la joven, encerrada en sus cuatro paredes se sentía oprimida y no podía escapar. La puerta se allaba cerrada, mas sabía que no era impedimento.


Y de repente... 


La puerta se abrió. Unos ojos encendidos en la fúria irracional hicieron acto de presencia en la cubicula. La joven desesperó, miró a todos los lados y solo encontraba paredes. La imagen encendída de aquel hombre no hizo más que asustarla y sabía que quisiera o no quisiera no había nada que hablar. A su edad, no podía actuar como deseaba, a su edad, los que debían actuar no lo hacían, a su edad... Sólo podía cerrar los ojos y gritar...


Los pasos del hombre alto, de complexión robusta y piel morena se adentraron en la habitación. En aquel momento no estaba sola, pero en aquella situación estaba más sola que nadie. Pues más allá de aquella pared que separaba su habitación del resto de la casa se encontraba la persona que le dio la vida, sin embargo aquello no era vida, si no muerte lenta y dolorsa. 


"Nooo, porfavor..." Cerró los ojos y gritó, mas su voz no era escuchada por nadie. Aquel hombre amargado y furioso no se detuvo en su camino. Sus pasos firmes hacían que a la chica le diera la sensación de que el mismo mundo temblaba bajo sus pies, aquella mirada encendida en la íra y la rabia que se clavaba en ella provocaba que la niña la evadiera y llorara de miedo. Aquellos puños grandes y fuertes que golpeaban su cuerpo hacían que la muchacha se lanzara al suelo y acurrucara todo su cuerpecito cual obillo de lana. 

Los golpes resonaban en sus costillas, las pestañas de la pequeña se cerraban sobre sus ojos para evitarle aquella cruenta realidad, sus manos temblorosas tapaban su cabeza, el sudor caía sobre su frente, su voz sonaba rota, y sus lágrimas caían contra el suelo derrochadas, evaporandose una tras otra... 


Todo terminó con sun silencio...


Un silencio amargo que apagó la voz de la joven, la cual respiraba debilemente con su rostro contra las frías baldosas y su cuerpo encogido sobre si mismo. Sus manos se posaban frente su boca y nariz, los dedos de las cuales acariciaban sus labios, hilos de sangre manchaban el suelo y manchaban el mármol. Un jadeo constante permaneció en la habitación cuando la puerta se cerró de nuevo. El cuerpo de la niña temblaba en el suelo y su voz ya no podía salir. Sus húmedos parpados tras tantas lágrimas  se cerraban sobre sus orbes y encerraban sus ojos en aquella oscuridad. Negro. 


 Despertó en la cama, la joven sudaba fuertemente y los latidos de su corazón eran fuertes y duros, como golpes secos dados con un martillo contra su pecho. Todo era negro, pero al menos... Sabía que no había vuelto atrás.

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